viernes, 30 de abril de 2021

No Bombardeen [más] Buenos Aires

Volar en bicicleta tiene sus innumerables ventajas. Entre ellas, recorrer esta Ciudad de mierda sobre 2 ruedas por tus propios medios y vías, e ir respirando inevitablemente el aire y ambiente que desprende a tu propio tiempo. La decantación de esas sensaciones es lo que va a ser este post: el post, justamente, de esta epidemia del orto. 

El mundo no va a volver a ser el mismo: va a ser peor. Hablemos estrictamente de lo que va a acontecer en el plano del entretenimiento cultural. Acá van ciertas especulaciones respecto a lo que creo que puede llegar a pasar. La primera y segunda parte de esta pesadilla nos obligó al confinamiento estricto a fin de cuidarnos o cagarnos entre nosotrxs, dependiendo el caso. Consecuente y lógicamente, nuestra conducta día a día -nuestra “cultura”, así llamada- se vio obligada a cambiar. Entiendo que no a todxs (hay gente que siguió saliendo a trabajar por necesidad, a tener que continuar a pesar de todo) pero aunque sea un poquito esta pandemia te afectó. Lo que me preocupa es la peludísima situación que tendremos en el después.

Confinados, mucha gente se vio en una inesperada comodidad a fuerza del trabajo cama adentro. Sé y entiendo que en muchos casos hubo personas con más laburo en esta modalidad que yendo a la oficina, pero también la rutina atada al perímetro del hogar hizo redescubrir una comodidad en el no-viajar y no-estar que nadie se hubiera imaginado tanto como soñado hasta hace un año. De rebote, obviamente la población restringió sus salidas sociales a fin de continuar los cuidados. Y es aquí donde se dio un pequeño fenómeno doble: aquellxs que desde siempre les daba paja salir, encontraron la excusa perfecta para mantenerse en sus hogares y, aquellxs que no querían salir pero por presión social o amistades o lo que fuese igual lo hacían, pudieron finalmente descansar bajo un pretexto serio. Y no sólo eso: también comenzó a ser bien visto el no salir, a pesar de la pandemia. Que ya estamos todxs viejxs y no vale la pena justificarse para ir a donde unx no quiere. Si no quiero salir, me quedo en mi casa y nadie puede decirme nada.

Este es el punto que más preocupado me tiene. Aquí donde creo yo el virus echó las más fuertes raíces: en la comodidad. La comodidad de quedarse y no salir. La comodidad de no hacer nada en casa y -“mejor aun”- sin compañía de nadie. No porque crea que salir sea obligatorio ni necesario (aunque la presión social existe), sino por lo siguiente: creo firmemente que el panorama de entretenimiento artístico exterior va a ir directamente en picada. Por las razones que esgrimiré a continuación.

Por un lado, el cierre masivo de locales de entretenimiento (bares, pubs, boliches) consecuencia de la pandemia etapa 2020. Eso, de entrada, saca espacios donde actividades del estilo se pueden desarrollar. No hace falta que describa el efecto dominó sobre quienes trabajan en y de eso pues suficiente se habló al respecto y no voy a hablar en nombre de alguien más, pues no me corresponde. Sí voy a decir que estos espacios, comprendiendo específicamente el área que ocupaban, seguramente vayan a ser comprados por gente o entidades que tienen el suficiente capital como para hacerlo y colocar allí otro local más de sus largas cadenas de gimnasios, zapaterías, o cafés horrendos. Donde avanza lo masivo, retrocede lo autónomo. Al oligopolio de comercios se le suma, por supuesto, el oligopolio de precios. Los pequeños y medianos comienzan a bailar la samba de los costos. Difícil competirle a eso pero más difícil competirle a la comodidad de no ir fuera de un radio de 15 cuadras del depto y la sucinta aceptación de una IPA de mierda a un precio exorbitante. Aplíquese esto a Palermo, Villa Crespo, Almagro o San Telmo, que es donde la cosa se mueve. Y si la clientela habitual -o la esporádica- viene con complicaciones económicas por los motivos que ya expliqué, mucho peor. 

Como si esto fuera poco, otras situaciones desembarcarán pronto en Buenos Aires: a una economía parada, personas con un sueldo de mierda o desempleadas, se suma la imposibilidad de baja en el precio de los alquileres. De aquí infiero que muchxs se verán obligadxs a mudarse a otro barrio o fuera de la Capital*. A su vez, al ser Argentina uno de los países más avanzados en el tema vacunación (de la región) y con una de las monedas más débiles -a la vez-, es probable que otra buena masa de gente decida inmigrar hacia aquí -que no critico ni me parece mal. Puedo inducir -para mi tristeza, porque ya se ha visto- que buena parte de esa población quedará atada a laburos de mierda de 2 mangos tipo apps de delivery, incrementándolas y con la complicidad de quienes pueden quedarse en casa, principales responsables del crecimiento de estas empresas. Por ende, el escenario cultural de entretenimiento va a tener que rebuscársela a la hora de llegarle a un nuevo consumidor, porque será cada vez más particular y serán cada vez menos quienes salgan a ver qué hay de nuevo en las calles porteñas. Hay y habrá un nuevo público, escaso, chico, con nuevos gestos y nuevos gustos próximamente. Gustos preformateados, insisto, por esta nueva comodidad descubierta de forma indoor a base de Netflix, Stremio y mucho celu.
En base a esto último, tenemos una enorme masa de gente que aprendió a no salir. A que la salida es hacia adentro. No salir, como dije antes, se volvió bien visto y aceptar que “todxs” en realidad salíamos porque así lo mandaba la vida media social, también. De repente, salir se volvió una porquería, siempre lo había sido, era una realidad tapada. La pandemia lo puso de relieve y todxs fuimos -supuestamente- felices con esta nueva franqueza. Esta conducta, esta aceptación, obviamente perdurará: nadie se cuestiona su propia comodidad. ¡Con lo jodido que es vivir todavía nos vamos a estar cuestionando cuando estamos cómodxs! Aquí es donde el virus sin dudas echó más raíces: en la comodidad. Les dio un argumento a lxs cómodxs para no salir y, para colmo, que eso esté bien visto. El paso que sigue es que se empiece a mirar mal o acusar de snob a aquellx que quiera salir diariamente a donde sea, a consumir espectáculo. Donde merma la cantidad de público y/o dinero, merma la cantidad de obras de cualquier tipo para ver, oír, disfrutar, etcétera. 

Y en esta cadena clásica de capitalismo barato, hay un agente más que puede pasarla aún peor. ¿Peor que pagar alquileres altísimos y hacer malabares con los precios para no cerrar? ¿Peor que pagar precios altísimos una vez por semana para tomar una birra horrible? Sí, porque en este mamarracho que germina del compost pandémico se alza el vestigio del último orejón del tarro. ¿Quiénes? Lxs artistas. Lxs que sí o sí para darse a conocer, pagar sus cuentas, vivir y disfrutar de lo que ellxs quieren (!) van a tener que salir a presentarse. Pueden imaginarse ustedes lectores cuántas oportunidades de presentarse tendrá una banda emergente y en qué condiciones siendo que si ya antes de la pandemia la situación era deleznable y triste, con una pizza y 2 birras para 6 personas, cómo puede llegar a ser el después. Se viene un panorama feo feo para el under. Sobre todo para aquel que no es ni consumido por el under mismo. Lxs artistas -musicales, sobre todo- se verán obligadxs a pelear por un lugar en Spotify o YouTube. ¡¡¡EN YOUTUBE, BOLUDO!!! ¡¡Literalmente dependemos de las ganas con las que se levante el algoritmo esa mañana y quién quiera poner o no la tarasca!!. Me las quiero cortar con una motosierra. 

La única que se me ocurre para tratar de dar vuelta la torta -bah, para cambiarle el sabor, apenitas- es comenzar a programar al aire libre. Por varios motivos: primero porque, en lo inmediato, es el único espacio medianamente salubre. Segundo, porque allí es donde la gente se encuentra, se conoce, apalabra, intercambia miradas, se empieza a ver. Tercer y último lugar, porque allí es donde las ondas/movimientos artísticos ocurren más genuinamente. No por una cuestión romántica, sino porque no hay ataduras de ningún tipo. Acordémonos cómo surgió el trap, y contemplemos la cantidad de personas que mueve hoy día. Puede gustar o no, pero es indudable que tiene al menos una parte de autenticidad en su dinámica muy grosa. No nos podemos quedar o especular con que el Gobierno simplemente intervenga con ayudas. Porque no va a pasar -uno- y porque en todo caso son parches para ocultar que la guita irá disparada a los mismos Centro Culturales oficiales -dos-. Si de algo se ha encargado el Gobierno de esta Ciudad, de esta Ciudad del Orto, es de desfinanciar la cultura independiente tanto como sea económicamente posible. 

Bien, echemos un poquito de luz sobre esto para evitar el corchazo. A ver: gente con ganas de salir va a haber siempre y esta city siempre va a ofrecer bonitos espectáculos a los cuales asistir. Mucha de la gente que se encarga de montarlos dispone de buenos amigos para que les hagan el aguante. Las redes sociales hacen el resto y los talentos no me atrevo ni a cuestionarlos. Es muy posible que haya grupos que una vez apagado el infierno busque hacer una revuelta con tanta quietud, salir lo más posible. Una especie de mini-venganza al confinamiento (¿cuánto puede durar la contrasalida, empero? Una bronca alzada, nomás). Y, si soy sincero, también tengo que decir que ya hay gente saliendo. Siempre hubo gente saliendo. Saliendo a todas partes. A hacer de todo. Más por una cuestión de desubicada rebeldía que otra cosa pero pasar, pasaba. Cuál o cómo es el contenido de esas salidas es otro tema y no puedo apuntar con el dedo. 

Pero si esta larga columna parece todo un gran señalamiento hacia cierto tipo de gente es porque me da bronca al fin y al cabo cuando se apunta -mal- a la calidad de la oferta artística y para colmo se la denigra, desprecia o cuestiona luego con total impunidad. Digo, a la suerte hay que ayudarla. Uno puede tener las mejores intenciones y los mejores temas que presentar o poemas que recitar pero sin público que acompañe, que busque esa experiencia, es muy difícil y el culo se empieza a llenar de preguntas. Un único argumento estoy dispuesto a bancarme bien en caso de que alguien se niegue a asistir: aburrimiento. No puedo decirle nada a nadie que rechace salidas porque las considera aburridas -al contrario, me parece una excusa buenísima. Tenemos por suerte material de sobra para hacerle frente al aburrimiento y creo en el péndulo de la historia como para que desde aquí surja material que funcione de respuesta contracultural a la pandemia. 

Precisamos, en todo caso y desde mi exclusivo punto de vista, un movimiento (o varios) que tengan más certezas que novedades. No me parece el momento de innovar, lamentablemente. Por el contrario, me parece el momento de volver a las raíces, o al menos a lugares seguros. En todo caso, la innovación vendrá espontáneamente o por propia decantación de la dinámica cultural. Este calambre, que sacó por lejos lo peor de la humanidad, abrió una grieta transnacional a nivel países que tendrán sus réplicas sísmicas a nivel interno (no somos únicos, como tampoco estamos solos). Donde no nos miremos con bondad los unos a los otros en nombre del futuro, la vamos a pasar muy, muy como el orto.


*  Obviemos por ahora la crisis habitacional que hay en esta Ciudad, tema mediáticamente blindado, porque sino vamos a estar hasta mañana.