lunes, 19 de marzo de 2018

Disco, baby, disco II

Esto quizá parezca un remake del primer posteo con el nombre en cuestión. No obstante, aquí va una segunda parte complementaria, más avanzada y profesional.

Me estalla el placard de remeras. Literalmente: el otro día tuve que empezar a usar un estante inhóspito porque al que estaban destinadas está llenísimo. Cosa curiosa: yo nunca compro ropa. La última vez que me compré una remera por mi cuenta fue en 2012. ¿Cómo se explica, entonces? Mi madre y la madre de mi madre, mi abuela, tienen una pequeeeeeña obsesión con que su hijonieto esté bien vestido y, cada vez que viajan a un lugar barato, traen ropa. Entiendo el gesto de amor; lamentablemente mi vestir me importa menos que la final de polo juvenil de Turkmenistán, si es que tal cosa existe. Y eso lo sabe cualquiera que me haya visto 2 veces en la vida, no importa la distancia entre las ocasiones. Si a eso lo agregamos que cuido muy bien mi ropa... bueno, sumen.

Una lástima, porque hay cosas que sí me gustaría tener. No soy una persona muy materialista que digamos, pero hay 3 cosas que disfruto mucho coleccionar: discos, libros y películas, en ese orden. Como no escucho música por Internet (ni Spotify, ni Deezer, apenas conocí Grooveshark y un poco YouTube), mi único ingreso musical son los recitales en vivo, la radio y los discos originales. Y es raro: me veo conociendo con más detalles a ciertos artistas que mucha gente con acceso libre a todas esas plataformas pudiendo escuchar lo que desea. La paradoja de la "libertad": más se puede, menos se hace (algunos).

Nos gustan los discos. Parece que no, pero sí. Me basta con ver la cara de mis amigos cada vez que vienen a casa y se enfrentan a mi colección ya que en muchos casos están viendo sus placas favoritas en formato físico por primera vez. La gran mayoría de gente los considera lisa y llanamente una pérdida de plata ya que "¿para qué te vas a gastar plata en comprarlo pudiendo escucharlo por Internet?". 
Bueno, si yo ya sospechaba que no eras sólo un cúmulo de canciones apretadas en un plástico, estudiar música no hizo más que confirmarlo. Con el disco compacto (o vinilo o cassette) se establece una relación física. Orgánica, diría el gran Alfredo Rosso. Es porque dentro de ellos sentimos la vida que allí circula. Están desde los que enfrentaron el formato tradicional cuadrado ['Artaud' (Pescado Rabioso), 'Colmena' (El Otro Yo), 'Civilización' (Los Piojos), 'Historias Perdidas' (El Bordo)] a los que armaron un concepto o una historia en vez de canciones sueltas ['Freak Out!' (Mothers of Invention), 'The Wall' (Pink Floyd), 'Luzbelito' (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota), 'Kill Gil' (Charly García)], sin contar los libritos internos con las fechas, la tapa, el lomo, la contratapa, el orden de los temas y miles de otros detalles. Ni hablar si vienen en ediciones remasterizadas, deluxe, aniversario o box-set.

Por eso adjunto aquí, además, una charla que explicita bastante bien esto que quiero decir. Conservar el formato físico para que el arte no se pierda en el maremágnum de la información. Y si alguna vez que me querés hacer feliz, o un regalo, regalame un disco. Con cualquiera -literalmente cualquiera- estoy satisfecho. Te lo devolveré en forma de poema, abrazo, o algo mejor.