jueves, 5 de diciembre de 2019

Lo Que Vendrá III

En poco menos de un mes, Lxs Hijxs de los '90 empezaremos a cumplir 30 años. 
Destaco esto porque, dicen, esa es la edad -y hasta los 45- que tu generación comienza a tener el dominio de las cosas, el control de la situación. Cuando alcanzó la "madurez" tal como para tomar decisiones que cambien o fijen el rumbo. O lo designen, al menos. 

Es extraño el panorama que nos tocó: una gran mayoría atascada en el millenialismo y otra franja pequeña en el centennialismo según el estudio. Caímos en una época donde ya la tendencia a estirar hasta el ridículo la juventud está cada vez más anclada mientras más productos y nostalgia se construyen en base a eso -en el medio, se nos cae el pelo o nos salen canas más rápido-.
Fuimos criadxs bajo el cuento -TODXS- de que somos "especiales" (y por eso hay que entender unicxs. Y no como conjunto, sino cada unx superior a lxs demás) mientras la paja mental del menematto y los dibujos animados más la constante renovación de todas las plataformas de videojuegos nos sacaron un poco de la vereda o la plaza aunque más tarde las hayamos recuperado. Llegamos justo cuando la tecnología se volvía de bolsillo aunque los límites de su revolución aun están en el horizonte. Nos llevamos bien, pero nada quita que otra vuelta de tuerca nos deje chatos frente a lo que venga -a diferencia de quienes nos suceden, que son expertxs.
Crecimos en el medio de fuertes crisis socio-económicas, pero así como la ola vino también se fue y hubo una renovación en la confianza hacia la política que celebro. De no ser por la conciencia social trabajada hace unos años atrás, quién sabe qué podría haber pasado en estas tierras en el actual panorama. 
La cuarta ola -inesperada hace unos 4 años atrás- ya abandonó su adolescencia blanquinegra entendiendo que hay muchos feminismos dentro del feminismo y su amperímetro puede movernos hacia una cultura con otro pensamiento y comportamiento (no lo veremos hasta dentro de unos años). Ojo: donde se modifica la cultura, se puede modificar la economía.

Somos un grupo de personas que vieron crecer las redes sociales en el medio de su adolescencia, lo que llevó a una gran confusión entre las nociones de ego, autoestima, sobreexposición y soledad. Lo mismo la manera de construir vínculos en su interna, que creció a velocidades inimaginadas (mi costado más optimista me sopla que eventualmente sabremos manejar muy bien a futuro cualquier situación comunicativa VISTA el tremendo fogueo que tuvimos). 
A eso se le suma la capacidad de, hipercomunicadxs, acceder a casi cualquier información que querramos. Estamos hiperprofesionalizadxs en un mundo con poderes cada vez más concentrados, brechas más amplias, empleos menos, menos plata y polarizaciones que no le hacen bien a nadie.

Quería marcar eso para desembocar en lo que creo el peor signo de nuestro/s tiempo/s: la ANSIEDAD. Es tremendo lo que marcan las estadísticas respecto a los sentimientos de soledad en el mundo y, la verdad, les doy la razón. No sólo sentimos que nadie nos escucha, que menos nos valoran, sino que al mismo tiempo vemos en esas mismas redes sociales que todxs compartimos la misma sensación y sin embargo no nos podemos ayudar ni sabemos cómo resolverlo (y menos somos tan inteligentes como para dejar esas prácticas venenosas de lado entre nosotrxs). Pero aquí el que no repite la fórmula para zafar, cae. 
Tampoco tenemos la más mínima idea de para dónde ir porque no hay futuro en ningún lado. Las formas de adaptarse siguen siendo las tradicionales, nadie en el medio local se anima a dar el salto (la economía tampoco acompaña), quienes las saben y manejan son pocxs y lxs que las descubren son de casualidad. Florecimos, aquí, en la sociedad con más psicólogxs per cápita del mundo. Hemos tenido una facilidad al acceso de drogas recreativas que asusta y la onda cultural (la música, sobre todo) ayudó poco o nada. La exponenció, a lo sumo. Se ve que nuestra ansiedad y depresión -también- son un gran negocio. 

Conscientes de un mundo globalizado, causas como el medio ambiente y el vegetarianismo son grandes y pisan fuerte pero les falta un montón para concretarse. Quizá seamos un puente -como buen fin de siglo- hacia quienes cierren cuentas por nosotrxs -una lástima, siempre me gustó ser protagonista. 
No sé qué esperar, sinceramente. Hay tantos motivos para ilusionarse como para deprimirse. Por lo pronto, si bien los extremos no son buenos, la ambigüedad de ciertos grises líquidos tampoco está ayudando demasiado.

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