jueves, 17 de octubre de 2013

Análisis de Discos VI: Artaud

Hacer esto es cualquier cosa menos algo sencillo. Principalmente porque en el afán o las ganas de querer analizar correctamente semejante obra pueden pasar dos cosas: o bien que la libre interpretación termine por tomarme y todo quede en un desvarío que nada tenga que ver con ella; o bien que dicha obra me termine comiendo. Pero en tanto buen tino y fuentes eficientemente implementadas, aspiro a un trabajo bien hecho, que despierte ideas y comentarios en quienes lo absorban. Por cierto, este no pretende ser, en absoluto, el análisis definitivo del disco, porque de lo contrario implicaría no haber entendido nada de la magnánima obra que voy a presentar: Artaud.
El disco editado en 1973 y compuesto enteramente por Luis Alberto Spinetta con el tiempo fue transformándose en un objeto de culto pero no en un sentido oculto hacia una determinada cantidad de gente, sino en aquel  de algo que dispone de una calidad altísima y a la vez es de fácil acceso. Sería una obra bisagra para su autor, que se ganaría el respeto definitivo dentro de toda la comunidad musical por si alguna quedaba al respecto.
Podemos tomar a Artaud en términos generales como una obra ‘dual’. Se construye y se destruye, arma pero rompe, y afirma cuando niega. Todo funciona conceptualmente a partir del grito final: Artaud es, de punta a punta, un grito de libertad. Anti represivo, anti fascista, contra todos los males de este mundo. El por qué (que no es ninguna obviedad), el cómo y el a qué, es lo que veremos a continuación.

Como de costumbre, comencemos por contextualizar de qué venía el mundo en 1973. Es curioso, aunque también lógico, contemplar cómo surgían distintas respuestas a lo que acontece en el planeta, que entre más violento se ponía, con más contestaciones acababa. En el plano internacional, se había producido el ‘Bloody Sunday’ [Domingo Sangriento] en Irlanda (con 13 muertos) y la Masacre de Munich en la XX edición de los Juegos Olímpicos. Del otro lado del océano, la Universidad del Salvador era intervenida y Ecuador se veía sometida a una dictadura militar –que se encadenaría más tarde con una más feroz, la de Chile. Más acá, el retiro de la “Revolución Argentina” (que nada tuvo ni de Revolución, ni de Argentina) había dejado, entre otras cosas, la Masacre de Trelew como saldo a cuestas. La lucha armada en Ezeiza por el regreso de Perón entre las dos facciones del peronismo tira abajo la primavera camporista, y eso sin contar la lucha guerrillera que ya venían ejerciendo el ERP y Montoneros contra los militares de aquel momento.
Yendo a una índole más musical, el Rock se cansaría de sacar discos buenos: Quadrophenia, de los Who; Selling England by a pound [Vendiendo Inglaterra por una libra] de Génesis; Goat Head Soup [Sopa de cabeza de cabra], de los Rolling Stones; Houses of the Holy [Casas de los Santos], de Led Zeppelin; y el insuperable Dark Side of the Moon [El Lado oscuro de la Luna], de Pink Floyd, entre otros. En estas tierras, mientras tanto, amanecían los primeros LPs –homónimos- de León Gieco y Tanguito; Litto Nebbia volvía a demostrar quién era el jefe con Muerte en la Catedral; Color Humano la descocía con sus volúmenes II y III; Sui Géneris confirmaba su liderazgo con Confesiones de Invierno y Pappo le haría un monumento a la guitarra con Pappo’s Blues Vol. III.

Nuestro Rock Nacional, aunque se piense lo contrario, no era el fenómeno masivo que es hoy en día. Cuesta imaginarlo, pero muchas cosas no han sabido ser valoradas en su tiempo y forma. Y tal cosa pasó con Artaud, incluso antes de su existencia. La vida de Pescado Rabioso estaba arañando su fin a pesar de haber sacado dos discos demoledores en 1972. Desatormentándonos y Pescado 2 habían marcado una clara evolución y distancia compositiva en lo que se refiere específicamente a Spinetta, si bien había tenido serias colaboraciones por parte de Cutaia, Lebón, Frascino y Amaya. En el primer vinilo había un sonido más progresivo, desarrollado, con muchos más teclados encima. En el segundo, el sonido se “almendrizó”, como luego declararía el Flaco. Ahora bien, L.A.S. estaba empezando a pensar en una música más armada y arreglada –lo que más tarde sería el bebé de Invisible. Pero no hubo espacio para ello en Pescado: llegó la separación después de una función en un teatro, producto de los desgastes, recitales constantes, falta de ganas de ensayar y la nueva música que proponía Luis que no llegaba a encajar. En palabras del propio Amaya: “Él empezó a perfilarse para otro lugar, una mano más arreglada tipo lo que después fue Invisible. A lo último escribía un tema y yo no lo entendía; estaba leyendo mucho a Artaud, Rimbaud. Primero se fue Cutaia, después David y después yo. El Flaco se quedó solo, sentado en una butaca de la sala Planeta, se sintió abandonado porque quería seguir tocando con Pescado, y me dijo que no iba a tocar nunca más conmigo. Como se quedó solo […] grabó Artaud con los temas que tenía para Pescado Rabioso; cuando escuché Artaud me quería matar”.
A partir de acá, tenemos en mano lo que pareciera ser un disco con muchas expectativas. Pero sería un error, por lo menos periodístico, hablar de Artaud sin decir… quién fue. Antonin Artaud (1896 – 1948) fue un poeta, ensayista, actor y dramaturgo francés que exploró diferentes géneros literarios y ahondó profundamente en el teatro; de hecho, se lo conoce como el creador del teatro de la crueldad. A raíz de un temprano ataque de meningitis, tendría a lo largo de su vida un temperamento nervioso, dolores físicos constantes y un nivel de paranoia severo. Esto derivó en que el hombre pasara buena parte de su vida dentro de sanatorios mentales, siendo el más famoso el período entre 1937 y 1946 que vive en El Havre, Villefuij y Rodez.
Enmarcado en el surrealismo –y esto no es un dato menor –, editó un buen número de obras; entre ellas, dos de las cuales influyeron en lo que más tarde se concretaría en la placa: “Heliogábalo o El Anarquista Coronado” (1934) y “Van Gogh, el suicidado por la sociedad” (1947), siendo el último el cual llevó a nuestro cantautor a leer las “Cartas a Theo”, del propio Vincent Van Gogh. Si por ahí tuviéramos que trazar un cierto paralelismo entre Artaud y el propio Van Gogh, podríamos decir que ambos terminaron atosigados con la locura a cuestas, desgarrados, desesperados y sustraídos de toda salida. Ambos tienen un final infeliz para sus vidas, y eso se distingue en sus obras finales, no por casualidad las mencionadas anteriormente.
A continuación, trataré de explicar en breves –tal vez muy breves – palabras, de lo que trata cada uno de los tres textos mencionados para dar una idea acerca de qué estamos hablando.

·         Heliogábalo o El Anarquista Coronado: Revisando e historiografiando la vida de Sixtus Varius Avitus Bassiansus, también llamado El-Gabal o Heliogábalo, como lo conocemos todos, Artaud saca a relucir cuestiones como la disyuntiva e importancia entre de los géneros masculino y femenino, el sexo, los dioses, todo desde una violencia verbal –antigua, no contemporánea – y espiritual profunda hasta un final donde tiran a Heliogábalo a las letrinas de la ciudad, sangrando.  Revela también, de una interesante forma, la relación entre lo que es el tirano y la anarquía, pero no anarquía como se la entiende en el inconsciente colectivo, sino en el sentido de la unidad de las cosas. Cito textual: “Ese monoteísmo […] esa unidad de todo que entorpece el capricho y la multiplicidad de las cosas, [es] lo que yo llamo anarquía. Poseer el sentido de la unidad profunda de las cosas es poseer el sentido de la anarquía […] para reducir las cosas llevándolas a la unidad. Quien posee el sentido de la unidad posee el sentido de la multiplicidad de las cosas”.

·         Van Gogh, el suicidado por la sociedad: Aquí Artaud no sólo ensalza y enaltece a Van Gogh a partir de su visión del mundo mediante sus cuadros, sino que destroza a todos los psicólogos y psiquiatras –que él también tan bien conocía – que intentan rebajar a Vincent y “curarlo” para transformarlo en alguien ‘normal’, cuando en realidad no habían podido ver el genio que había tras él. Desde el título (¿un guiño a Durkheim?) apunta a que es la propia sociedad la que termina empujando al pintor al suicidio, por incomprensión, por subestimación, por negación: no hay un culpable puntual, pero la víctima sí lo es, y en este caso, un genio es el que sucumbe.

·         Cartas a Théo: Un libro que no nació como tal, sino que es una recopilación de las cartas que le fue mandando Vincent a su hermano Theo a lo largo de casi 20 años, entre las cuales el pintor va moviéndose por Londres, París, Holanda; pintando y ejerciendo actividades bajo religión. A pesar de la notable decadencia que testimonia el propio Van Gogh, es también notable ver ciertos comentarios sobre la vida y el profundo sentimiento humano que él mismo le imprime –sacando el genio aparte.

Pero no nos engañemos: si bien Spinetta se vio shockeado por estas obras, no se basó en ellas a la hora de construir su hijo musical, sino que fue una contestación a dicha desesperación humana, tan viva, tan carnal. En palabras del propio Flaco: “…en ningún momento tomé sus obras como punto de partida. El disco fue una respuesta –insignificante tal vez – al sufrimiento que te acarrea leer sus obras. La idea del álbum era exponer la posibilidad de un antídoto contra lo que opinó Artaud […] Para él la respuesta del hombre es la locura; para Lennon es el amor. […] Pero hay algo claro: no podemos jugar a ser Artaud”.
Está más claro que el aire. Aunque lo más emocionante sin lugar a dudas es cómo alguien puede salir vivo de todas esas sensaciones oscuras y proyectar un sentimiento tan sublime hasta el elixir de la sutileza. Eso forma parte de una profunda creencia a lo que a veces pocos se atreven. Para dejarlo más en firme aún: “…en ‘Artaud’ conseguí la primera liberación de cosas. Me di cuenta de que tuve mi propio Rodez, así como lo tuvo él, lo tuve a mi medida. En ese álbum, cuando empecé a manejar ese material, empecé a creer en la posibilidad de un antídoto, en el cual creo perfectamente. El antídoto al sufrimiento, el antídoto al art nouveau, al art decó, a la moda, a la paja, a las drogas, el antídoto a la promiscuidad sin sentido.


Para cerrar esta parte, quisiera dejar el manifiesto que Luis escribió presentó el disco en vivo, como respuesta también a lo sufrido en aquellos –y estos – días. Se llama “Rock, música dura: la suicidada por la sociedad

Ocupémonos de una buena vez del disco. La primera pregunta que surge es… ¿de quién es? Porque, si bien venimos hablando de que toda la composición, inspiración e ideas las transpiró Spinetta, lo cierto que es que la firma del disco la lleva Pescado Rabioso. Bueno, eso se explica de la siguiente manera: el grupo de Rock tenía contrato por 3 discos pero los sorprendió la disolución antes de que el tercero viera la luz. Aunque finalmente pasó. La discográfica fue a pedirle a Luis –a quién sino– que faltaba un disco por contrato, por lo que debió poner manos a la obra. De ahí salta el testimonio de adentro que dice: Pescado Rabioso es una idea musical creada en 1971 por Luis Alberto Spinetta. A través de esta idea, tocaron en grabaciones y actuaciones los siguientes: Juan Carlos Amaya – Osvaldo Frascino – Carlos Miguel Cutaia y Oscar Lebón. Los músicos que aparecen en este disco sólo están ligados a la idea de Pescado Rabioso por las circunstancias de la grabación y a expreso pedido de Luis Alberto Spinetta.
Qué magia tendrá Artaud que logró sobrepasar la categoría de disco default para las compañías a ser una obra cumbre del Rock; punto en el que otros (desde Charly hasta Pappo) han fallado –Spinetta ya había tenido una experiencia similar en discos reclamados de donde surgió Spinettalandia y sus amigos.
Lo segundo que nos surge preguntar al ver el disco original es… qué carajo es eso. Porque la forma de Artaud no tiene nada que ver con nada. Artaud no tiene forma de nada. Ha habido quienes han tratado de ver en él un pescado (por Pescado Rabioso) o una estrella. Pero no –Artaud tiene forma de… Artaud. Es más, me gustaría proponer la palabra como expresión para designar cosas que no tienen forma definida, decirles “tiene forma de Artaud”. Pero no nos desviemos. Quien ayudó a construir esta tapa fue Juan Oreste Gatti, diseñador  y director de arte de Pedro Almodóvar. Ambos coincidían en que querían hacer algo que rompiera con lo establecido, y si pruebas faltaban, sacaron esta flor de tapa que hoy es imposible que no tenga las puntas ajadas. Lamentablemente estos días tenemos que encontrarnos con una versión en CD que lleva la cuadradez y chatura más perfecta posible, cuando en otros tiempos le decían a Spinetta “Luis, te lo saco de oro si querés, pero sacale la forma…”. “Ahora ni en pedo…” contestaba el Flaco. Desde este humilde espacio reclamamos la vuelta del disco en su forma original.
La portada, por otro lado, estaba pintada de verde y una ligera mancha amarillo. El por qué lo descubriríamos más tarde en el librito con formato de prospecto médico –como un tipo de cura – donde aparecía el fragmento de una carta del poeta maldito dirigida a Jean Paulham en 1937 que dice: “¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos a la muerte, el verde para la resurrección y el amarillo para la descomposición, la decadencia?”. Entonces, ya desde la tapa estamos buscando una respuesta, planteando un combate a la muerte. ¿Por qué? Bueno, un poco por lo que se explicó antes: toda la violencia del ambiente, del propio Luis Alberto (“mi yo enfermo”) y la del escritor citado, que se cansa de sentirla en su propia piel y vomitarla en sus obras. Para el ubicado, esto ya comienza a ser una respuesta.
El título no nos deja lugar a dudas: “Este L.P. se denomina “Artaud” porque está dedicado a Antonin Artaud, poeta francés (1896 – 1948)”.  Ahora, lo más probable es que muchos se hayan preguntado –me incluyo – quién era Artaud y por qué respondía a eso. Una de esas preguntas ya la contestamos, la otra se aclarará a medida que se escuche. La foto, en tanto, nos muestra a un viejo decrépito, y la contratapa a una persona más joven –en ambas es el francés en épocas bien distintas. La pregunta de por qué decidió invertir, si se quiere, el orden cronológico de las fotos, se aclararía después.
Los músicos benditos que acompañaron al Flaco en los temas que no tocó solo fueron Emilio del Guercio en bajo y coros; Rodolfo García en batería, cencerro y coros (ambos ex Almendra y Aquelarres en aquel entonces); y Gustavo Spinetta, su hermano menor, en batería, teniendo menos de un año a bordo de ella. Y esto, querido lector, tampoco es casualidad. Por si no bastaban pruebas, esto lo confirma: Spinetta se encontraba otra vez rodeado de seres queridos como su madre, Gustavo (que había meningitis, como Artaud), su otrora mujer Patricia Salazar, todos viviendo en la casa de la calle Olleros. Sus compañeros almendrianos también tienen explicación: Luis quería revivir ese espíritu sustancial que había flotado en la banda en sus inicios. No por nada le encargó a Emilio que volviera a usar el bajo Repiso –mientras él grabó con una Fender Stratocaster- para las pocas sesiones en las que quedaron grabados los temas, dentro del estudio Phonalex. En una palabra: fue volver a sentir el disfrute de tocar con amigos. Decía Del Guercio: “El criterio fue muy similar al que guió el primer disco de Almendra, en cuanto a la amplitud […] algo parecido al debut de Almendra que es el típico primer disco de un grupo que maneja muchas variantes y en ese impulso quiere mostrarlo todo. Venir de Pescado y hacer Artaud es un poco volver a aquel viejo concepto”.

Entrándole de lleno a las canciones, hay que tener en cuenta que Luis venía escuchando otras placas además de las anteriormente mencionadas, entre ellas John Lennon/Plastic Ono Band –ídem- y Harvest, de Neil Young. Con lo que no sorprende que  haya habido un mix de guitarras acústicas y eléctricas en el disco, sin contar que apenas cuatro temas fueron tocados con bajo y batería. Y como dice el “informe frío”, todas las letras y música pertenecen a L.A.S.
La mayoría de las canciones están en tonos menores y/o bemoles excepto dos (“Bajan” y “Cementerio Club”, si no me equivoco) con lo que de entrada se le quiere dar un aire más “triste” o melancólico si se quiere; pero que irremediablemente chocarán contra el contenido de las letras, y no por un optimismo enfermizo ni nada de eso, sino por un aire esperanzador que apunta tanto al oyente como al músico compositor como protagonistas finales.

Empieza con un clásico como “Todas las hojas son del viento”. Escrita para Cristina Bustamante (la ‘Muchacha ojos de papel’) a propósito del primer hijo que iba a tener, Spinetta juega el papel de ‘consejero’ o preventor para que quienes cometieron determinados errores en su generación no se los traspasen a los venideros, a los pequeños ‘futuros’. Menciona que no sólo lo resguarde de ciertas cosas, sino que le otorgue otras: sol, libertad, amor, cosas esenciales en la vida humana –otra forma de contestación para Antonin. Un estribillo conmovedor a partir de verla a ella como “una hoja en el viento”. El viento podría ser la memoria, por ejemplo, que nos mantiene vivos aún después de la muerte, y la luz del sol, la conciencia, que supera y nos ocupa a cada uno de nosotros. Hace poco me acercaron otra interpretación que piensa a las hojas como nosotros personas y el viento como una metáfora del tiempo que nos mueve, o nos contiene; cerrando con las ideas en el papel de la luz del sol, porque las mismas no mueren, se mantienen, aunque se reinterpreten. Y una frase de cierre: “Cuídalo de drogas”, en lo que Spinetta aclaraba: “[…] en realidad estoy diciendo ‘Cuídalo de tu propia droga’”.

A continuación “Cementerio Club”, un blues bárbaro con un fuerte conclave irónico. “Pero una ironía contenida”, diría él; en consonancia con la historia que cuenta la relación entre el pibe y una chica más fría que una heladera. A qué punto será la cuestión que de sólo pensar en ella cae muerto, o peor, con ella no siente el calor del verano. No sorprende que ambientes o personas cínicas o frías como estas fueran moneda corriente en ese tiempo, y puede ser un llamado al mismo, pero también es notable cómo menciona que no lo alcanza –o duerme – aquello que tiene el pequeño dios del cuento gris del abismo –o sea, la conciencia, en su materia gris; sino que se ve más arrastrados por sus sentimientos. La primera vez que escuché el solo pensé y sentí que eran las notas exactas que un blues debía necesitar; y es el mismo que Gustavo Cerati se encargó de citar (“ese punteo es glorioso”) mientras hacía “Té para tres” en el MTV Unplugged de Soda StereoComfort y música para volar.

Sigue la singular “Por”, un dominó de palabras ubicadas en un caprichoso azar, en una lógica un tanto surrealista, que se emplazan en la bella melodía. Creo que este es el caso más fehaciente de la definición de Luis Alberto que decía que “cada melodía sugiere una letra y cada letra una melodía”. Porque la música ya estaba y lo que hicieron entre Luis y Patricia fue ponerle palabras cuya métrica calzara en ella; de ahí que entren expresiones tales como ‘gesticulador’, ‘estalactita’ o ‘mirador’, palabras muy difíciles de meter en un poema. Pero es interesante pensar que cada uno puede inculcarle la lógica o interpretación que más le convenza, o unirlos mediante una relación que crea tener. La canción más corta del álbum es también el misterio más grande que cada oyente puede resolver por su cuenta.

El cuarto track le corresponde a “Superchería”, quizás la canción más ignorada del disco, aunque sea una perla en música y lírica. Va cambiando de escalas y de tiempos: arranca en un ¾ sumando tensión desde el estribillo que sigue la lógico ‘pregunta-respuesta’, o en todo caso una doble respuesta. Pasa a un 2/4 cambiando los bemoles por sostenidos y termina con un 4/4 clavado para liberar tensión al final. La letra es una de las más concretas, no da vueltas: va trazando toda una línea a través de las alquimias que reprimen al amor y que por ende pueden ser común a todos los humanos. ‘Siempre temblar, nunca crecer’; ‘Siempre llorar, nunca reír’ son todas premisas que desatan la conclusión final ‘Eso es lo que mata tu amor’. Lo importante de todo es la atemporalidad que contiene y cómo funciona respuesta hacia Artaud poeta: al ser infinitos los problemas manifestados, es coherente que las respuestas así lo sean; y viniendo de parte del Flaco, un tipo que amo toda su vida de forma tan profunda, tan viva, yo me ocuparía de escucharlo. Y un cierre maravilloso: cuando se tiene a un/a amigo/a al lado y de verdad siente que no se está solo/a, que puede servir para curarse a uno mismo; pero que si eso no va a pasar, al menos nos demos un porqué para poder encararlo.

Cierra la cara A “La sed verdadera”, una canción que, junto con la anterior, son las que más apuntan al “tú” (o ‘apóstrofe lírico’) desde la dialéctica. Es también la eterna lucha lucha-lazo que se establece entre público y artista, aquellos que afirman ciegamente y aquellos que escuchan de verdad. Ya planteamos que este disco sirve de respuesta, pero también puede servir para elaborar propuestas, desde esta canción por ejemplo. El propio Spinetta toma distancia por un momento de lo que es el papel de “guía” –que nunca se creyó- no en un sentido de desligarse de la responsabilidad, sino que incita a la búsqueda personal para comprender y solucionar. La respuesta no sólo está en el viento, sino en uno mismo. Eso también es la verdadera sed, nada de utilerías baratas o consumismo etéreo; es una respuesta, un remedio; es libertad, la libertad de pensar, de imaginar, como promulgaban los surrealistas. Un pequeño susurro de despedida final para un cantor que parece perderse en el barullo de la calle, como para que no lo sigan, o para mezclarse entre todos, como si fuera uno más. Las luces de lo lejos, no se apagarán jamás.

Nace la cara B y se despliega frente a nosotros lo que es el punto cúlmine de esta obra, la que logra que sea tan magistral entre sus pares. Se abre frente a nosotros Cantata de Puentes Amarillos. La canción cumbre de esta placa es el perfecto resumen de todo el disco: los sentimientos de Spinetta, las contestaciones de Artaud, los libros que influenciaron, el público… todo en un tema que, a pesar de sus 9 minutos y medio, se ha convertido en un clásico –por lo menos entre los que escuchan Spinetta. Ahí está el Flaco, dándole solo a su guitarra acústica, acompañado únicamente por su voz. He aquí que no sólo podemos ver la talla del artista, sino la del músico: pensando que Luis Alberto no sabía leer ni “escribir” música, es magistral la sucesión de acordes que presenta el tema, que salta el “escollo” de ser tan largo –y en el prejuicio, aburrido -, y lo convierte en algo llevadero y fluido, además de musicalmente hermoso.
                He aquí un rasgo de Spinetta del que no habíamos hablado antes: el Spinetta guitarrista. Veníamos viendo que el autor –valga la redundancia- había compuesto todas las melodías, pero no nos habíamos detenido en el detalle de que el citado no había estudiado música en el sentido más formal, por lo que la creación musical iba por donde su oído y experiencia musical le indicaban. Es por eso que podemos contemplar a Spinetta como un “diseñador de acordes”: no porque dichos acordes no existieran, sino porque él los iba descubriendo, ‘inventando’, digamos. De allí que podemos contemplar lo inspirador de sus guitarras, algo más seguido por lo pasional y emotivo antes que por lo técnico.
                De todo eso hay en Cantata. Una brillante secuencia de mini-motivos transfigurados entre sí, acompañada de una letra profunda. La imagen general está sacada de una de las cartas que Van Gogh le envía a Théo a propósito de unos trabajos y una posible muestra en la que le toque exhibir. Cito textual: “He encontrado una cosa curiosa, como no lo haría todos los días. Es un puente levadizo con un cochecito amarillo y un grupo de lavanderas”, dice el gran Vincent en una carta escrita entre el 10 de Marzo y el 20 de Abril de 1888. Y no sólo eso, sino que hay referencias tanto a los cipreses (“los cipreses me preocupan siempre; quisiera hacer con ellos una cosa como telas de los girasoles”) como a los pájaros que mueren en sus jaulas en un fragmento genial que se manda el pintor: “Un pájaro enjaulado en primavera sabe poderosamente bien que hay algo para lo cual serviría, siente poderosamente bien que hay algo que hacer, pero no puede hacerlo. ¿Qué será? No lo recuerda bien, luego, tiene ideas vagas y dice: “Los demás hacen sus nidos y tienen sus pequeños y los cuidan”; y luego se golpea el cráneo contra los barrotes de la jaula. Y la jaula queda ahí y el pájaro está loco de dolor… “Ese es un holgazán”, dice otro pájaro que pasa, “ése es una especie de rentista”. Empero el prisionero vive y no muere, nada aparece por fuera de lo que le pasa por dentro; está bien de salud, está más o menos alegre bajo los rayos del sol. Pero viene la estación de las migraciones. Ataque de melancolía “Sin embargo –dicen los niños que lo cuidan en su jaula- tiene todo lo que necesita “. Pero él sigue mirando, afuera, el cielo hinchado, cargado de tormenta, y siente dentro de sí, rebelión contra la fatalidad. “Estoy enjaulado. Estoy enjaulado. Y, por lo tanto, no me falta nada. Imbéciles. ¡Ah, por piedad, la libertad! ¡Ser un pájaro como los demás pájaros!”.
                Así es como, luego de un leve y ligero grito que refucila de optimismo, el Flaco nos introduce en esta hermosa canción que arranca con un “Todo camino puede andar”, algo así como una conclusión y al mismo tiempo premisa, mostrando lo que es la pluralidad de caminos que se puede tomar, y no una verdad absoluta. Seguimos con la posible descripción de lo que pudo estar inspirado en el contexto político-social: “con esta sangre alrededor/no sé qué pueda yo mirar/la sangre ríe, idiota/ como esta canción/ ¿y ante quién?/ ensucien sus manos como siempre/relojes e pudren en sus mentes/ya”, denunciando así a los viejos podridos de mente, precursores de lo conservador y obvio.
                Ahora, una frase significativa: “Y en el mar/naufragó/una balsa/que nunca zarpó”. En el Diccionario del Rock Nacional, cualquier comentario que diga ‘balsa’ remite directamente a la primer canción/éxito de nuestro rock. Pero decir nunca zarpó revela una verdad pocas veces enfrentada: todo aquello que quería esa primera camada no llegó a ningún lado, o peor, ni siquiera llegó a salir. Tal vez un poco por inercia o esterilidad de sus creadores, pero seguramente también por el público que no pudo/quiso acompañar (como en ‘La sed verdadera’). ¿The dream is over? Parece que sí. Un poco a la manera de ‘Wooden ships’, de Crosby, Still & Nash (1969) y la propia respuesta del propio Neil Young en ‘Hippie dream’, la canción se encarga de hacer ver el panorama general, aunque a su vez focaliza en algunos temas.
                “En un momento vas a ver/ que ya es la hora de volver/ pero trayendo a casa/ todo aquel fulgor/ ¿y para qué?/ Las almas repudian todo encierro,/ las cruces dejaron de llover” nos dice, yendo del particular al general. Sobresale aquí una frase como “Las almas repudian todo encierro,/ las cruces dejaron de llover”, que remite en parte a la necesidad natural de libertad que los seres necesitamos, expresada en el extracto del pájaro de Van Gogh. Ahora bien, si las cruces –la muerte- dejaron de llover, ¿de qué veníamos hablando? Porque prosigue: “Sube al taxi, nena,/ los hombres te miran,/ te quieren tomar”. En Argentina no tiene que ser 24 de Marzo para hablar de violencia y represión, y el Flaco lo vuelve a dejar en claro en esta advertencia, no sea cosa que a uno lo lleven al espectro de muerte: “Las flores se caen/ tenés que parar”, “Ví la sortija muriendo en el carrousel”. Es curioso que encuentre una salida en el surrealismo de ‘monos, nidos, platos de café’, a mi juicio un grito de expresiones al aire y azar –como en ‘Por’ – dejando que las ideas fluyan libremente.
                ‘Guarden bien tus manos/ esta libertad’, es otra de las oraciones emblemáticas de la canción, tirando la posta sobre qué es lo importante; y funciona como perfecto preludio para la inoxidable frase “Aunque me fuercen/ yo nunca voy a decir/ que todo tiempo/ por pasado fue mejor/ ¡mañana es mejor!”, costentándole a símbolos como el ‘Ayer nomás’, de Moris, hasta el ‘Yesterday’ de Los Beatles –Paul, esta vez te embromaron.
                De repente, la canción entra en una locura donde Spinetta invoca el tópico literario ubi sunt (o ‘dónde están’, ‘a dónde se fueron’) cuando nombra al camino azul, a los cipreses, muñecas ensangrentadas –y dale con la sangre -, todas juntas en un mejunje difícil de explicar. Lo onírico vuelve a tomar el papel de timón de guía.
                Como respuesta lírica y musical –atenti a la tensión de la guitarra – Luis sale hablando otra vez de la cura, hasta el colmo: ‘Yo te amo tanto/ que no puedo despertarme/ sin amar’. Repite, no en vano, la consigna para volver a la vocalización con la que había entrado a esa sección. Mas no se despega del tema: apostando al doble con la letra, donde se cruzan el tú, las advertencias, los puentes amarillos, el pájaro, la libertad, todo en un torbellino de locura. Ya con la guitarra eléctrica a cuestas, encuentra la salida en él mismo: ‘Hoy/ te amo ya/ y ya es mañana’. Entonces, si hoy la ama, pero hoy ya es mañana, y mañana es mejor, significa que su amor es mejor a cada día, a cada segundo, a cada instante que pasa.
                Como dije, es la síntesis perfecta de todo lo que dijo antes, como una novela cuyo final concluye de la mejor manera. Será que las obras maestras no merecen otro fin que ese. Y este caso no es la excepción.
               
  Pasando el hijo pródigo de este disco que es Cantata, sigamos con lo que queda del segundo costado. Se nos aparece otro clásico, bien eléctrico y potente que es Bajan. Da la sensación que el mensaje sigue siendo el mismo pero desde otro punto de vista: aparece por primera vez, y de una forma más concisa, la cuestión del tiempo, desde el paso del mismo hasta sus expresiones en el sol y la luna, complementadas con un riff destellante en el que agarra un acorde de Mi y lo hace volar. Es, singularmente, el tema más optimista, o el menos pesimista, si no. Porque arranca por darse un respiro: “Tengo tiempo para saber/ si lo que sueño concluye en algo”, sin dejar de lado los sueños presentes y venideros. Y aconseja: “No te apures ya más, loco/ porque es entonces cuando las horas bajan”, ya que el no hacer las cosas pensadas o con tiempo pueden llevar a la consumición, el día se ve transformado en vidrio sin sol –y el día, sin el sol, no es nada. Así también, la noche le juega en contra, con lo que cuidado con lo que hace uno y con lo que es uno, porque se las circunstancias se le pueden poner adversas.
Caso radicalmente contrario es el que sigue en la otra parte, donde reaparece el ser amado (‘la nena’) y a partir del amor demuestra cómo las cosas pueden cambiar: “…qué bien te ves/ cuando en tus ojos no importa/ si las horas bajan”. Ya las horas no importa que bajen, el día se empieza a morir, la noche se nubla, pero la nena sigue ahí. Todo pierde sentido, a tal punto que la persona se termina traspolando en esos elementos que antes parecían condenarlos: “Y además, vos sos el sol/ despacio, también, podés ser la luna”. No sólo no le hacen mal, sino que ser la luna en la noche es una forma muy hermosa de ser especial.
               
  En la antesala de la despedida, aparece el tema que a mi juicio es la joya perdida del álbum: A Starosta, el idiota. Un tema que es un pozo de depresión y melancolía, acompañado por un piano terriblemente tétrico que no sabemos quién lo toca –asumimos que el Flaco – para musicalizar ‘la fiebre’ a la que hace referencia. ¿Por qué Starosta? “Para mí, es el nombre de un idiota”, dijo él. Pero ojo, no nos dejemos engañar, porque “Starosta no es nadie, y a la vez somos todos”, seguramente por ese denominador de idiotez que todos tenemos y contra el cual debemos luchar.
A través de metáforas y personificaciones, va marcando el suceso de algo voraz, que se va a consumir, a morir, todo por no saber bien qué es lo que uno quiere, a dónde llegar, el llamado “despertar”. Fuera del piano, surge un pasaje extraño con guiños directos a Revolution 9, de Los Beatles –que, aunque no se crea, tiene una estructura – y en el medio, no por casualidad, suenan los ecos de She loves you (ídem). Mas lo interrumpe el sollozo desesperado de una mujer, justo antes de que vuelva la dulce voz de Spinetta a decir: “No llorés más, ya no tengas frío/No creas que ya no hay más tinieblas/Tan sólo debes comprenderla/ es como la luz en primavera”. O sea: no hay que ignorar que las tinieblas no nos van a abandonar (alguien diría más tarde: ‘La vida sin problemas es matar el tiempo a lo bobo’) pero el tema es no cesar en la lucha, quedándonos para despertar.

Para bajar el telón de esta genialidad, llega Las habladurías del mundo, dedicada a aquellos que hablaban al pedo sobre la vida del Flaco, puro chismerío barato. Y la contrapone a la idea del amor como real salida, que viene remando desde que empezó el disco. Al respecto hay frases muy claras: “Toda, toda la ternura me darás/ si te ofrezco ser parte de tu cuerpo”; “Y al acariciarme me darás/ los espejos que son tu día del alma” ó “Veo, veo las palabras nunca son lo mejor/ para estar desnudos” para desembocar en la conclusión “No estoy atado a ningún sueño ya/ las habladurías del mundo no pueden atraparnos”, llegando al punto de dejar toda fantasía o sueño –muerto en la balsa que nunca zarpó – en pos de seguir/salvar lo que está construyendo con otra persona. Al fin y al cabo, todo lo que nos rodea de superficialidades es innecesario a la hora de buscar la luz de la vida, y eso es lo más significativo que tiene este track.

Es así que nos despedimos de esta magnífica obra. Con una contratapa calcada a su frente y una foto de Artaud joven bajo los mismos colores, se cierra el álbum. Podemos pensar en una fantaseosa recuperación de Artaud si hubiera escuchado el antídoto que le construyó el Flaco, o en una forma de quedar/volver a ser joven after-listening.
Spinetta se encargó de presentar el disco en 3 recitales; 2 de ellos en el Teatro Astral los domingos a la mañana (¿se imaginan un recital los domingos a la mañana, hoy?) y uno en el Teatro Atenas de La Plata –cortesía de Miguel Grinberg. En el mismo se encargaba de repartir el manifiesto “Rock, música dura:…” mientras proyectaba cortos como Un perro andaluz [Un chien andalou], de Luis Buñuel y Salvador Dalí (1927) y musicalizaba con discos como Dark Side of the Moon, de Pink Floyd (1973) y War Heroes [Héroes de Guerra], de Jimi Hendrix (1972). Este ambiente con tintes surrealistas –y el posterior contenido- no era en vano, ya que los precursores de esta vanguardia sostenían que la imaginación era una salida factible a la realidad que se imponía porque en la primera se volvía al estado de libertad de la niñez y allí no había represión posible. Spinetta de hecho aclamó en los vivos: “No hay ningún tipo de represión entre mi público y yo”. En los recitales, definitivamente solistas –él y su guitarra acústica -, el Flaco presentó el álbum a venir, además de futuros temas inéditos como Ella flota por mí y Nena, tu cabeza va a estallar (más tarde llamada Verde Bosque en el álbum ‘Fuego gris’ [1993]). Dice una revista de la época que el Lp desató una ‘fiebre artaudiana’. Tal vez yo no pueda verlo, pero no creo que hoy los resultados estén a la vista.

Aun así, creo que nos quedaríamos muy en el molde si no cuestionáramos ‘Artaud’. Pero no cuestionar en el sentido imbécil de preguntar porque sí, sino en el hecho de poder hacer un análisis crítico a fin de abrir nuevas puertas. Acabamos viendo que L.A.S. le contestaba a Artaud (que a su vez le contesta a la realidad) y le propone un potencial remedio a esa locura y sufrimiento a través del amor. Ahora bien, ¿no será un poquitín necesaria esa locura para poder explorar esos horizontes donde el hombre que no se atreve no llega? ¿Acaso el exceso de una materia –en este caso el amor- no sería igual de perjudicial si se encuentra mal usada? ¿No estaría bueno lograr un medio, un mix entre ambas partes para lidiar con el día a día? A fin de cuentas, cualquier extremo es corrosivo, e inclinarse sólo por un punto de vista puede llevar de la misma forma a la debacle; y enfrentar este muro con una cucharada de locura puede ser una posible salida a aquello que parece tan chato y superficial. No sin antes tener una idea detrás, pero ello ya dependerá de cada uno. Nosotros, en tanto, le damos el beso de despedida definitivo a este álbum, que profunda marca nos ha dejado en el espíritu y en los corazones, para ganarse el eterno nombre de, quizás, el mejor disco del Rock Argentino.